“Lo único que necesitamos para ser buenos filósofos es la capacidad de asombro”.
– Jostein Gaarder
Escribir, en ocasiones, no es un proceso ni fácil ni evidente, puesto que no solo es el tema que escogemos, sino las palabras que utilizamos, el estado de nuestra mente y, hasta nuestro estado de ánimo, los que deben concordar para que el escrito refleje algo genuino, interesante y hasta entretenido, tanto para el que escribe, como para el que lo lee.
Así que pasé varias noches pensando sobre qué escribir esta vez. Fui y volví a rincones de mi corazón, de mis sueños y de mi mente, sin mucho éxito, a decir verdad. Busqué inspiración en lo que me rodeaba, en lo que recordaba y, parecía, que las musas no querían venir a mí en esta ocasión.
Fue entonces cuando que me detuve enfrente a mi biblioteca, y dije:
– ¡Lo sé! Escribiré sobre uno de mis libros favoritos, no cualquiera, sino uno que me haya tocado el corazón, la mente, los sueños y hasta las ilusiones.
Decidí entonces escoger, quizá el libro que más historias me ha contado con sus letras, el cual disfruté desde su primera página y lloré con la última al pensar que se me había terminado. Un libro que me enseñó, me hizo pensar y reflexionar, reír y llorar. Un libro que he leído más de una vez y que en cada una de las lecturas, ha cambiado la forma como su historia ha llegado a mi vida.
Este libro es “El mundo de Sofía” de Jostein Gaarder. Este libro con el que me identifiqué desde su primera página.
El libro en su versión en español tiene más de seiscientas páginas, publicado por la editorial Siruela y dividido en treinta y cinco capítulos. Este libro ha sido traducido a más de quince idiomas y fue llevado al cine en el año 1999. A lo largo de cada uno de sus capítulos, Gaarder expone de manera dinámica y concreta, más de dos mil años de filosofía.
En la historia, Sofía Amundsen, de 14 años, recibe unas misteriosas notas llenas de preguntas a las que les sigue todo un curso de filosofía por correspondencia. La persona quien le escribe es un extraño personaje, Alberto Knox. Pero la historia de ambos resulta ser un libro que el mayor Albert Knag, militar noruego destinado en el Líbano por la ONU, escribe como regalo de cumpleaños para su propia hija, Hilde, de la misma edad que Sofía. Alberto y Sofía se dan cuenta, de que sólo son un producto de la imaginación del mayor. Pero a quienes la filosofía les ha dado fuerzas para atreverse a idear un plan y abandonar la ficción. Al final consiguen salir de la «historia» y asistir a la última lección que da Albert a Hilde en el jardín; pero, a pesar de ello, los personajes quedan como seres espectrales en «el mundo de Sofía».
Cuando a Sofía Amundsen comenzaron a llegarle las extrañas preguntas que entreabren la narrativa de este libro: “¿Quién eres?”, “¿Qué es un ser humano?”, “¿No es injusto que la vida tenga que acabarse alguna vez?”, “¿No es triste que la mayoría de la gente tenga que ponerse enferma para darse cuenta de lo agradable que es vivir?, “¿De dónde viene el mundo?”, me recordaron que cuando yo era una niña, de quizá 8 o 9 años, pensaba sobre estas y algunas otras cosas como ¿Hasta dónde se extiende el universo? ¿Hasta dónde es el infinito? ¿Las rocas de verdad no sienten nada? ¿Por qué nos morimos? ¿Existe la eternidad? Preguntas que me han acompañado toda mi vida.
Una de las preguntas más importantes que me dejó este libro es “¿Qué importancia tiene la filosofía?” Gaarder propone a la filosofía como el camino fundamental para comprender la vida, la que nos ayuda a comprender el origen de todas las cosas, del mundo que nos rodea y el lugar que ocupamos en él.
Hay quienes han criticado este libro por imprecisiones filosóficas, pero para mí fue una magnífica puerta al fascinante mundo de la filosofía. Tiene un lenguaje ameno, sencillo y cercano a nosotros, los lectores con conocimientos básicos sobre el extenso y de difícil acceso, mundo filosófico. Yo lo adoro, pues lo recibí como una novela que utiliza la historia de la filosofía como su contenido y no como una historia de la filosofía novelada. Solo me restaría decirle gracias a Sofía por haber sido mi compañera durante muchas noches en vela.
Por: María Sánchez